Nosotros, cuando éramos teenagers no decíamos de las bromas de los grandes porque eran específicamente, un amontonamiento de juicios previos sin entendimiento.
Sufríamos, eso sí. Nos retaban simplemente por ser libres o al menos, quizás, intentarlo.
De paso, en algunas instancias, sabíamos que el principito era para los bolches.
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