Algunas cosas que me preguntabas cuando estábamos en intimidad eran bastante oscuras e incluso, inducidas por prejuicios del establishment social.
La rareza fue cuando te enfermaste y te caían las lágrimas pero me culpabas. Me culpabas porque te creías inmortal y a su vez, tenías un ego ligerísimo que hacía que creyeras que lo malo te pasaba por la sincronización individualista del corazón y yo, apenas era un iluso que comenzaba a creer en la construcción de su propio destino.
Pero no sabías verdaderamente lo que sufría dios. No lo sabías.
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