No sé. Habías hablado tan mal de mí que ni se me ocurría poder perdonarte.
Estaba triste. No me importaba estar condenado a la soledad y enfrentar las adversidades de lo que fuere. Igual, Teníamos una creencia fuerte en relación a la individualidad y felicidad del resto. En eso acordábamos. Pero estaba triste.
Recordaba los textos duros que ofrecía el alma y me acomplejaba. Era iluso creerse un místico y no tener una sola demostración real de la distinción entre mortalidad e inmortalidad. Y obvio que pretendía lo de la inmortalidad. Me mataba esa falta de fuerza empírica que haga añicos mis considerandos mayores. Me mataba.
Y a la vez, era cierto lo del caparazón cerrado. Un núcleo frívolo domaba mi ser.
No hay comentarios:
Publicar un comentario