Ya eran varios los especialistas de la psiquiatría que endilgaban poder al resucitado. Y los plebeyos, aquellos plebeyos que no comprendían de los resultados dados, tampoco les preocupaba si los veredictos eran reales o faltos de entendimiento.
La ciencia, que no crujía por lo bajo, pretendía al barítono para su bemol.
Pero era deseoso. El equilibrio pos-metafísico se hacía sentir.
No teníamos al frente, orgullo.
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