Por lo general, no cuestionaba la sexualidad del pibe y realmente desconocía del problema epistemológico que se estaba dando. La ciencia, o eso que se llamaba ciencia, tiraba fuertemente del bueye e intentaba copiarme para no quedar afuera del resultado.
Planeaban las creencias supersticiosas darme el veredicto final. De mi parte, me sumergía en los proyectos del sudeste asiático y le esgrimía a mis hermanos, del infortunio del genio domado.
Todos eran especialistas. La droga no me seducía. Ni natural, ni química. Ellos sabían de la aporía epistemológica y ponían en mi boca, cosas que nunca dije.
Cosas que nunca dije.
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