No tenías gusto y entonces apetecías la codicia del resto. En cambio, contabilizabas datos y datos enlazados de la sincronización para esgrimir culpas a las estructuras reaccionarias.
Tenía alma el señorito. Alma que le fue expropiada por los deseos de la ignorancia remota y otras complicaciones que desataban su corazón sangriento.
La pastura, los cuerpos rellenos ya no necesitaban de la utilización del espectro. Y el gusto. Aunque tu intencionalidad, era la acechanza del petrificado.
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