Incluso tú, que te habías quemado con leche, veías una vaca y llorabas. Y yo no soportaba que no creyeras, de un mundo mejor y lo que implicaba volver a creer sin las formas mitológicas que nos habían enseñado.
Incluso tú, que ni sabías del espacio exterior y memorizabas los procedimientos sanguíneos para atraparme y decías aprender, lo del chamanismo socrático.
Pero no. No eras, no tenías reglas para el estrabismo.
Adaequatio rei et intellectus.
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