Era un terruño indomable, la estepa francesa que quería corporalizar los lazos del temple real y verdadero, cuando crujía los sedantes de los pastores.
Y el grueso, el grueso de supersticiones de la similitud clandestina, no daba.
Modas, apariciones y preguntas sobre el ruido del bosque si nadie oía.
Los ojos, los ojos rojizos y el sentido de verdad de los maestros ignorantes.
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